Te miro de reojo, a sabiendas que tu lo sabes. Confundo la ingenuidad con la tontería, demasiado cercanas en mis momentos de nerviosismo.
Siempre dijeron, que la muchacha de ojos (no se sabe de que color(es)) se rascaba la punta de la nariz cada vez que algo la incomoda. Tú, solo fíjate. A simple vista no posee ningún patrón de conducta. A simple vista esas picotas blancas pasan desapercibidas.
Se escucha una voz al fondo de la sala, es suave, suave y suave; no puede describirse de otra manera. Cuanta variedad de sinónimos pensarán algunos.
Te sigo mirando, y me rió de reojo; solo para que veas mi risa, para que escuches como humedezco mis labios.
Su pelo se mueve al compás del jazz. Dicen, aquellos que la espían, que siempre rompe las servilletas e imita baterías con sus talones.
Muchacho sencillo aquel que la espera sin ni siquiera saberlo; todavía no se ha dado cuenta de que sus latidos van a ritmos acompasados. De vez en cuando sus contratiempos consiguen que giren al mismo tiempo sus cabezas, tarareando sus interiores, tarareando sus inquietudes.
Cada detalle importa (o al menos, eso dice ella).
Dos segundos y su torso se retuerce, él no la mira, que lástima chico suave.
Tres segundos y él se emboba con sus expresiones espontáneas. Atontado cual panoli, remira sus movimientos. Coinciden sus pupilas y sus sonrías.
Al fin y al cabo, cada detalle importa (piensa él en su cabeza).
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